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Cómo es la vida en un trekking invernal hacia el K2

Hace una semana Kepa Lizarraga, miembro de la expedición de Alex Txikon que busca ascender el K2 en invierno por primera vez en la historia, nos contó como se prepara una aventura de estas características. Esta semana hemos pedido a Kepa que nos hable acerca de cómo es la vida a 3.000, 4000, 5.000 metros de altura, cuando las bajísimas temperaturas convierten en epopeya las acciones más sencillas de la vida cotidiana… Os recomendamos muy fuerte que no os perdáis su relato…

Amanecer a -15ºC

Arrebujado en mi saco, empiezo a oír el movimiento de los porteadores y cocineros baltíes. Descansamos sobre la nieve, de la que nos separa un toldo para evitar mojarnos, y una esterilla, para aislarnos de su frialdad.

¡Cuesta, pero hay que levantarse!

Me pongo los pantalones sobre las mallas, que no me quité anoche, y una chaqueta de pluma sobre la camiseta y el forro.

«No hay ningún líquido para beber. Lo que dejé ayer templado en el termo ya está totalmente helado

El termómetro que cuelga de mi mochila marca -15ºC dentro de la tienda.

No hay ningún líquido para beber. Lo que dejé ayer templado en el termo ya está totalmente helado.

La luz natural, todavía suave, hace ya innecesaria la frontal que guardé en el bolsillo interior. La recojo, me pongo el gorro y los guantes finos y comenzó a mover el saco para librarle del hielo que se ha condensado sobre él.

Al respirar, el vapor de agua que sale de los pulmones se congela inmediatamente y va formando una especie de babero blanco sobre la tela cercana a la nariz y la boca.

No consigo quitarlo del todo, pero tampoco me preocupa: dentro de la funda, y en la mochila, no podrá descongelarse ni humedecer la ropa. Todas las tardes, cuando despliego el saco, veo que sigue teniendo la misma helada que a la mañana. Afortunadamente, ¡solo en el exterior!

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El frío amanecer invita a quedarse en el saco.

 

A pesar de que el aire nos deshidrata, las necesidades fisiológicas me obligan a salir de la tienda.

Me calzo las botas. Los calcetines ni me los había quitado en toda la noche. Puestos, dentro del saco, parece que algo se secan.

Recibimos la luz del sol, pero no su calor

Algunas cumbres, por encima de los 6000 metros, ya reciben la caricia del sol. O mejor dicho, su luz, porque el calor brilla por su ausencia.

Ayer a la tarde cavamos una letrina, para evitar que el entorno del campamento se convierta, como dice Alex Txikon, en un “campo de minas”.

De vuelta, casi todo el grupo de montañeros y montañeras se está moviendo dentro de las dos tiendas en que nos repartimos. Somos 22.

Unas 45 personas locales, repartidas entre cocineros, porteadores, oficial de enlace y guía, ocupan varias tiendas más, siendo la tienda de cocina especialmente codiciada: ¡siempre hace más calor en ella!

«Todos los porteadores dicen que están bien cuando les pregunto, pero poco después me aparecen al lado tres o cuatro con amigdalitis, conjuntivitis, fiebre o tos.»

A medida que la carga disminuye, por la comida y el combustible gastado, la cifra de porteadores se hace menor, y bajan alegres a sus casas, lejos del frío glaciar sobre el que estamos caminando.

Me asomo a sus tiendas con un saludo y pregunto si todos están bien. La respuesta es siempre positiva, pero un par de minutos más tarde me aparecen al lado tres o cuatro con amigdalitis, conjuntivitis, fiebre o tos.

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Otra mañana gélida en el campamento…

 

Puesto el tratamiento, a la tarde, tras la caminata, veré qué tal están.

Y vuelvo a la tienda que me ha tocado.

Estamos haciendo un estudio sobre la adaptación a la altitud, así que todas las mañanas medimos la saturación de oxígeno, el pulso y la presión arterial de todos los integrantes, lo que nos lleva un buen rato.

Beber el Te antes de que se congele

Entretanto, han traído el desayuno.

En el suelo de la tienda, con calcetines, y sobre la fina espuma que sirve de colchón, se distribuye agua caliente, leche, sobres de té y de café, chapatis o similares, a modo de talos o tortas finas de pan, puede que algo de mantequilla y, los primeros días, incluso mermelada.

También aparece una cazuela-termo con arroz blanco y, en ocasiones, otras “delicatessen”, en función de lo inspirados que estén los cocineros y del tiempo que haga porque, con mucho viento, nada se hace bien.

Como algo a todo correr, por el retraso debido a las mediciones, y procuro conseguir agua caliente o té con que rellenar los termos para todo el día: un par de litros.

Sé que uno de ellos funciona peor, así que lo llevaré metido en la cintura, bajo mi ropa, y lo procuraré beber antes de que se congele.

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Material medico congelado incluso dentro de la mochila y en la tienda.

 

Tengo que darme prisa en preparar y cerrar la mochila.

Buena parte de los porteadores y la gente del grupo que prefiere ir más lenta ya ha salido del campamento. Van abriendo huella.

Lo que necesitas estará en el fondo de la mochila

Justo en ese momento suele ser habitual que alguien necesite algo del médico y, por lo general, ese algo estará metido en el fondo del botiquín, bien protegido casi en el fondo de la mochila.

Mejor sonreír. ¡Es el destino de los sanitarios!

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Todo preparado para salir pero seguro que pasa algo y hay que desmontar la mochila.

 

Esta vez se trata de uno de los cocineros. Se le ha escapado un cuchillo y se ha dado un buen tajo. ¡A sacar el botiquín!

«Desinfectante, colirios, sueros… cualquier otro elemento antes líquido, habrá mutado a sólido».

Gasas, desinfectante,… ¡Ostras: el desinfectante está completamente congelado!

Durante los siete días de recorrido invernal por el inhóspito glaciar del Baltoro tendremos ese problema: desinfectante, colirios, sueros y cualquier otro elemento líquido, perdón: antes líquido, habrá mutado a sólido, y antes de poder utilizarlo, deberá estar un rato en agua caliente o, si ya estamos andando, en algún bolsillo interior del vestuario, para descongelarlo con nuestro calor corporal.

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Esa conjuntivitis tendrá que aguantar hasta que el colirio se descongele.

 

Etapas hacia el K2 de entre 6 y 9 horas

Cada etapa está siendo diferente.

Algunas son más llanas, cerca del cauce del río, pero al llegar a la morrena lateral del glaciar el recorrido se hace rompepiernas: cambia constantemente, con pequeñas subidas y bajadas, aunque de marcada pendiente en ocasiones. Entre seis y nueve horas me llevará cubrirlas.

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Nos acercamos al glaciar del Baltoro.

 

A ritmo pausado, porque los problemas casi siempre ocurren en la parte final de los grupos, y junto a dos amigos, nos encargamos de atenderlos.

Por otra parte, llevar botiquín, mantas térmicas, líquido extra y otros elementos para emergencias hace que nuestras mochilas pesen más de lo que sería deseable.

Y eso también repercute en la velocidad.

Tras horas de marcha en un entorno precioso y duro, con alguna parada corta intercalada, para comer algo de lo que nos han preparado y beber un trago, llegar a atisbar el siguiente campamento es una alegría, y las fuerzas parecen renacer.

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El equipo de cierre en una parada de avituallamiento.

 

Entre muestras de afecto, nos saludamos contentos de haber superado otra etapa y nos quitamos lastre de la espalda.

¿En qué tienda me toca?

Aparcar la mochila, sacar fuera de su funda el saco, esperando vanamente que se temple y agradecer el trago de té caliente que nos ofrecen hasta que la cena esté preparada son los siguientes pasos.

Cesado el esfuerzo, necesito alguna capa más de ropa y, de paso, al abrir la mochila, saco el botiquín.

De nuevo el paseo por las tiendas, de “porters” y de “members”, como dicen ellos, para saber cómo han pasado el día los de la consulta de la mañana y si hay nuevos problemas.

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Vista del campamento.

 

Final de la jornada

En alguna de ellas, contentos en torno al fuego, me invitan a sentarme mientras cantan. Un bidón de agua o de gasolina sirve para llevar el ritmo con la percusión, y las miradas y sonrisas hacen casi innecesarias las palabras.

Hasta que de la tienda cocina sale la señal esperada: ¡a cenar!

Arroz blanco, lentejas, o guisado de pollo con una salsa picante, a la que te acabas haciendo, chapatis amasados con una envidiable habilidad, quizás una sopa, un termo de agua caliente y bolsitas de infusiones van distribuyéndose por el mantel que, cuidadosamente, se estira sobre el suelo para cada comida.

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La hora de la cena.

 

Al acabar, tras “desbeber” y “descomer”, una higiene mínima con algún resto del agua del termo y preparamos el saco y lo que podemos necesitar por la noche.

Acurrucados en la tienda, hay tiempo para charlar sobre lo vivido durante el día, evocar recuerdos y comentar las expectativas para el día siguiente. La risa brota fácil.

Hace tiempo que la única luz es la de alguna frontal dirigida al techo, para ver sin molestar. Su luz se refleja en el hielo que se va pegando a la tela, según respiramos.

Y poco a poco los sonidos se van atenuando, las primeras tiritonas por el contacto con la fría tela se calman y el cansancio va desapareciendo de la mano del sueño.

¡Mañana será otro día!

Por Kepa Lizarraga (Especialista en Medicina del Deporte y colaborador de Forum Sport).

13 comentarios

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    1. ¡Me encanta que opines así!
      ¡Y gracias por comentarlo, Raúl!
      Un saludo.

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