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Prendas con cortavientos: ¿Cómo nos protegen del frío?

Los cortavientos: esas prendas de montaña tan ligeras… ¿realmente nos protegen del frío? La respuesta es rotundamente sí. En este post te lo demostramos con datos y te contamos cómo lo consiguen: ¡Atent@s a este post científico que tranquilamente podría formar parte de un programa de «El Hormiguero»!

Hay veces en las que la extrema finura de algunas prendas nos hace pensar si servirán para algo. Está claro que sí cuando hablamos de impermeabilidad, porque hasta una fina bolsa de plástico es capaz de retener agua en su interior, por ejemplo.

Pero cuando pensamos en el frío, ¿pueden ayudarnos a soportarlo mejor?

Careciendo de una capa aislante específica, algunos chubasqueros apenas podrán protegernos de las temperaturas bajas. Tan solo el aire que sean capaces de retener entre su cara interna y nuestra piel hará esa función de barrera térmica respecto al exterior. Y eso puede ser insuficiente a nada que el termómetro esté bajo.

Pero, en cambio, la ayuda de ese fino tejido puede ser muy eficaz si hace viento y la prenda es capaz de impedir que llegue a nuestro cuerpo.

Con ello evitamos que se evapore el sudor que puede haber en la piel -lo cual nos enfriaría-, pero además también evita que perdamos calor por el mecanismo de convección.

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Cortavientos: así nos protegen del frío

Si la atmósfera que nos rodea está a 10ºC, por ejemplo, y la piel marca 30ºC, el aire que está junto a nosotros se calienta con nuestras pérdidas: podemos decir que cuanto más cerca está ese gas de la piel, más temperatura tiene.

Eso ocurre si la atmósfera está en reposo. Y de esa forma, el enfriamiento  del cuerpo se produce lentamente, porque cada vez hay menos diferencia térmica entre la capa de aire en contacto con nosotros y nuestra propia piel.

Pero si algo, como pudiera ser el viento, remueve ese aire que se ha ido templando, será sustituido por otro volumen igual de aire frío…

…  y nuestra piel tendrá que perder calor de nuevo para templarlo.

Por si no queda claro, diremos que es como cuando soplamos sobre lo que vamos a beber o comer caliente, para acelerar su enfriamiento al transferirse el calor del alimento al aire que choca contra él: eso es el mecanismo de convección.

Y en el monte hay muchas ocasiones en que vamos a sentir sus efectos, tanto de enfriamiento como los efectos mecánicos, tal como se aprecia en el siguiente vídeo:

¿Cuánto nos enfría el viento?

Depende de varios aspectos, pero la temperatura ambiente y la velocidad del aire son los factores fundamentales. Es cierto también que algunas fórmulas incluyen también la tasa de transferencia de calor o la humedad ambiental.

Con el fin de facilitar los cálculos y como referencia para profesionales que deben trabajar en zonas de temperaturas extremas, como las cercanías de los polos, se confeccionaron diversas tablas de “wind chill” o “temperatura de sensación” en función del viento.

No debemos confundir ese término con la mal llamada en muchos casos “sensación térmica”, pues esta última está sujeta además a otros índices, como el metabólico, y es subjetiva.

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De hecho, dos personas pueden estar a la misma temperatura ambiente y tener una sensación de calor una y de frío la otra.

La temperatura de sensación, también llamada temperatura percibida, comenzó a estudiarse por los científicos Paul Allman Siple (geógrafo) y Charles F. Passel (geólogo), quienes participaron en diversas expediciones antárticas entre las décadas de 1920 y 1940.

Sin embargo, en 2001 se realizaron estudios en Norteamérica y el Reino Unido a partir de los cuales surgieron un par de fórmulas. La más utilizada en ambientes fríos, más adecuada a nuestras montañas, es la propuesta por Environment Canada, con la temperatura equivalente expresada en grados Celsius:

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Donde…

wc es la temperatura de sensación, basado en la escala de temperatura Celsius;

a es la temperatura del aire en grados Celsius;

…. y v es la velocidad del viento a 10 m del suelo, en kilómetros por hora. [9]

Tal como se aprecia, la temperatura de sensación no se mide, sino que se calcula a partir de los otros datos citados.

Para facilitar su uso, os mostramos la tabla que hemos confeccionado a partir de esa fórmula, advirtiendo que si alguien emplea otra, encontrará resultados ligeramente distintos.

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En la tabla se observa que existe riesgo de congelación en zonas expuestas al viento a partir de ciertas combinaciones de baja temperatura y alto viento, incluso cuando el termómetro está algo por encima de los cero grados centígrados.

Veamos un par de ejemplos reales:

En la pantalla del anemómetro y termómetro se aprecian temperaturas cercanas a los 4ºC y una velocidad máxima del viento de 54 Km/h.

Si nos vamos a la tabla con esos dos datos y redondeamos a la velocidad a 55 Km/h, que es la más cercana, vemos que las zonas de la cara expuestas al viento sufren un enfriamiento equivalente a -3ºC.

Contar con una prenda cortavientos, en esas condiciones de velocidad del aire y temperatura, supone una diferencia de 7ºC respecto a no tenerla.

En este caso la temperatura es ligeramente inferior a -1ºC y el viento es de unos 70 Km/h.

Trasladamos ambas mediciones a la tabla y comprobamos que la cara y los dedos que sobresalen de los mitones experimentarán los efectos de una temperatura percibida de -12ºC, con lo que utilizar un pasamontañas o guantes con cortavientos mejoraría en más de 10ºC la situación de manos y cara.

Por ello, las prendas que tengan una función cortavientos, por finas que sean, nos ayudarán a mantener un mejor estado de confort, reduciendo las pérdidas de calor y el riesgo de sufrir lesiones locales, como congelaciones, cuando el viento arrecie.

¿Verdad que merece la pena llevar alguna en la mochila?

Por Kepa Lizarraga, especialistas en Medicina del Deporte y Mikel Lizarraga, Analista físico-químico. Ambos colaboradores de Forum Sport.

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